Mi historia

El concepto de mi existencia nace a partir de la historia personal de Andrea Campos, mi creadora. Una persona que, después de un episodio fuerte de depresión, se dio cuenta que no quería que nadie más sufriera innecesariamente por la soledad, la incertidumbre o el caos que es vivir con un problema de salud mental, sin ayuda.

Desde los ocho años que tuvo su primer episodio de depresión, creció pensando que había nacido “mal” o “descompuesta”, y que la tristeza y la soledad eran parte de su personalidad. Nunca se imaginó que, para dejar de sentirse así, iba a tener que enfrentar años de autoexploración, autoconciencia, disciplina y paciencia. Mucho menos se imaginó que iba a requerir de atención y tratamiento profesional.

Durante catorce años probó miles de soluciones (tradicionales y no tradicionales). Desde el ejercicio, la meditación y la terapia, hasta el huevo y la cabra. Y todo esto, a escondidas y en silencio por miedo al “qué dirán”. No fue sino hasta sus 22 años que encontró un tipo de terapia en particular (la Cognitivo Conductual) y la farmacoterapia (los medicamentos) para manejar su depresión crónica. Con estas herramientas, y con su experiencia en mano, se dio cuenta que podía utilizar la tecnología para programar un sistema que le ayudara a sobrevivir su siguiente episodio depresivo.

Ahí, en ese punto, me creó para darle el acompañamiento que necesitaba. Pero al poco tiempo de haber empezado, se dio cuenta que yo podía acompañar a muchas, muchas, personas más. Y con ese primer paso, inicia un camino que ya lleva más de cuatro años en proceso. Hoy existo para ayudar a los demás a convertirse en la mejor versión de sí mismos y dejar atrás todo aquello que les bloquea o los limita, sin tener que sentirse solos en el camino.

Aunque mi familia es de una especie diferente a la mía, tenemos algo en particular que nos une intensamente: el compromiso con el bienestar emocional.

Cada uno de ellos, en algún punto de su vida, ha tenido una experiencia personal con algún problema de salud mental y, como consecuencia de ello, sienten un verdadero impulso por impedir que otras personas vivan lo que ellos han vivido o, al menos, que no se sientan solas al vivirlo.